Un genio mexicano, entre los 200 líderes mundiales del mañana

Tiene 21 años, es estudiante de Física, creó una fundación, construyó el acelerador de partículas más barato del mundo, y ahora es considerado entre las mentes disruptivas del mundo. ¿Cómo lo logró?

Cristóbal Miguel García Jaimes estudia el tercer año de Física en la UNAM, es capaz de leer un libro de 350 páginas en un día, ha ganado los principales concursos de ciencia en su natal Guerrero y del país, y a sus 21 años puede presumir que creó el acelerador de partículas más barato del mundo y ahora es considerado uno de los 200 líderes del mañana a nivel mundial.

Sin embargo, a pesar de sus logros, niega ser un genio. El secreto de este joven al que le gusta la música regional mexicana, y que sonríe cuando ve Los Pingüinos de Madagascar, es, en su propia voz, ser “un fruto de la cultura del esfuerzo”.

Es originario de San Miguel Totolapan, uno de los municipios con mayor carencia en el estado y al que la violencia expulsó 250 habitantes en 2014, según cifras del gobierno. Su vida ha sido una batalla contra la discriminación y por la supervivencia, en la que la curiosidad y el interés han sido los principales aliados para alcanzar sus objetivos.

“Yo no me considero un superdotado, considero que he tenido muchas piedras en mi camino, como para utilizarlas y construir algo nuevo. El esfuerzo es la clave de que cualquiera lo puede hacer, y quienes no lo creen, dejen de estar de flojos y hagan las cosas”, dice en entrevista con Alto Nivel.

Este esfuerzo llevó este año a Cristóbal a ser considerado dentro de los 200 líderes del mañana, una selección elaborada por el Comité Internacional de Estudiantes (International Students Committee). El ISC, por sus siglas en inglés, es una organización creada en 1967 para reunir a los mejores estudiantes de varios países. Está compuesto por 2 subcomités, uno Representativo y otro de Trabajo, y un Comité Ejecutivo, compuesto por 8 representantes, uno por cada región del mundo.

“La física siemprefue lo mío”

Cristóbal aprendió matemáticas antes que empezar a leer.  Asegura que descubrió la sucesión de Fibonacci a los seis años, mientras observaba fascinado cómo las plantas crecían y la relación de distancia que existía entre sus hojas.

“Cuando entré al kínder ya sabía multiplicar, dividir y restar. Aprendí el lenguaje de las matemáticas, pero se me dificultaba mucho hablar. Mi acercamiento a la ciencia fue porque siempre quería ver qué había detrás de las cosas: desarmaba planchas, DVD’s y todo lo que encontrara y no sirviera”, señala.

A los once años descubrió en su casa un libro del físico Paul Tippens: “Lo leí tantas veces que cuando llegué a la secundaria, la física ya era lo mío”.

Para realizar sus experimentos, apostaba cinco pesos con sus amigos y primos a que una piedra y un tabique caían igual. “No me creían, pero yo confiaba en Galileo Galilei, ganaba y me daban ganas de continuar estudiando”.

Mientras su gusto por la Física crecía, su padre lo abandonó cuando se enteró que su mamá tenía una enfermedad en el riñón. Estudiar resultó entonces más complicado y comenzó a pedir trabajos: de albañil como “media cuchara”, de campesino y lo que le diera la oportunidad de ayudar a su madre y seguir estudiando.

Te recomendamos leer: Pobreza en México genera emprendedores sociales.

Durante la secundaria, entró a concursos de todas las materias, que ganó tres veces, hasta ser un “campeón de campeones”, un mérito que obtuvo en una competencia ante La Salle de Acapulco. “Mientras ellos llegaron en una camioneta, recuerdo que mi profesor y yo llegamos pidiendo aventón porque no nos alcanzaba para el pasaje”.

“Terminé la secundaria y mis profesores me dijeron que no podía seguir creciendo en mi estado, y entonces me fui a la Ciudad de México”.

Un velador sobredotado

Con 15 años, Cristóbal viajó a la capital del país para estudiar en la preparatoria 6, incorporada a la UNAM. Su pasión por la Física siguió en aumento, así como la lista de oficios que el estudiante aprendió para sobrevivir: carpintero, resanador, lavacoches y velador.

Y también crecieron las discriminaciones. Recuerda que cuando salió de San Miguel Totolapan, una paisana le dijo que su hija estudiaba en la misma preparatoria, por lo que le hizo una petición: “No le hables a mi hija, porque tu vienes muy indiado”. Después de cuatro años en la capital del país y una enorme lista de méritos académicos encima, asegura que aún no le habla a la chica.

Cristóbal se inscribió al programa “Jóvenes hacia la investigación” del Instituto de Física de la UNAM. Su primer proyecto fue un estudio sobre las propiedades curativas del zacate para las enfermedades
cutáneas. Después de las cuatro semanas que duraba la estancia, el académico Efraín Chávez Lomelí le sugirió continuar en el instituto y el joven aceptó.

Te recomendamos leer: 10 características de los emprendedores sociales.

“Cuando llegué al Instituto de Física mi ídolo era Albert Einstein, porque al igual que él me creían retrasado en la primaria, pero una vez llegando ahí conocí a Efráin Chávez y ahora él es mi ídolo. Lo admiro y es
mi padre en la Física”, asegura.

Fue con Efraín Chávez con quien desarrolló su proyecto más importante hasta ahora. Juntos lograron crear un acelerador miniaturael más barato del mundo. Según información de la UNAM, lo construyeron en menos de nueve meses con un presupuesto de mil pesos.

Mide 45 centímetros de largo y 15 de ancho, y dado que contiene las partes principales de un acelerador de tamaño normal, su principal utilidad es que es transportable a escuelas y zonas cuyos habitantes
no conocen este tipo de aparatos, que generan nuevas partículas, en su mayoría inestables, aunque de gran interés para la comunidad científica.

La mañana del 7 de noviembre de 2014, Cristóbal recibió la noticia de que había ganado el Premio Nacional de la Juventud, en el área de Ciencia y Tecnología, una convocatoria a la que fue inscrito por sus
amigos.

Derivado de este premio, las llamadas de medios de comunicación, políticos, empresas e institutos internacionales no han dejado de sonar, pero su cultura del esfuerzo no cambia: Se levanta temprano para llegar a la UNAM, trabajar con el profesor Chávez y de ahí tomar clases para regresar a los distintos trabajos que tiene.

Rompiendo fronteras

Cristóbal aprovechó el boom del Premio Nacional de la Juventud para impulsar una fundación que él mismo creó y que actualmente preside: Ciencia sin fronteras. A través de esta asociación civil apoya a jóvenes indígenas y de escasos recursos para que puedan continuar sus estudios; también lleva sus conocimientos a otras universidades e instituciones del país, principalmente los fines de semana.

Fue esta la labor que tomó en cuenta el ISC para designarlo entre las 200 mentes del mañana: “Yo creo que por cada joven que continúa estudiando es una ganancia para el país y un elemento menos para el narcotráfico. El ISC considera que se puede ser disruptivo con cosas tan sencillas como reparar una computadora para apoyar a algún estudiante de las regiones marginadas de Guerrero y fue lo que hicimos”.

Ahora, algunos de los estudiantes que ha apoyado van a participar en concursos de robótica, y junto con su fundación está armando un grupo de estudiantes de Guerrero para participar en el Concurso Nacional de Informática, un certamen en el que el estado no había participado desde hace varios años. La reunión de los 200 será en el marco del St Gallen Symposium, que se realizará entre el 3 y 5 de mayo.

“Ser orgullosamente mexicano no dice nada, quiero ser responsablemente mexicano”

El estudiante termina esta entrevista mientras camina del edificio de Rectoría de la UNAM a la parada del Pumabús para dirigirse al Metro Universidad, que toma frecuentemente. Le gusta caminar, pues dice, es
el momento que tiene para estar consigo mismo y generar ideas.

Afirma compartir gustos y pasiones con muchos jóvenes: jugar futbol (le va a los Pumas), el cine, la música clásica, el rock y el son calentano (música regional de Tierra Caliente).

Otras pasiones son las que desarrolla como parte de esa “cultura del esfuerzo”: Cristóbal quiere aprender náhuatl –la lengua nativa de la etnia cuitlateca a la que pertenece– para enseñarlo a sus paisanos. “Primero aprendo el náhuatl y después el inglés”.

“Quiero cambiar la ideología de los que dicen ser orgullosamente mexicanos. Eso no me dice nada. ¿A poco un chino no estará orgulloso de ser chino? El ‘orgullosamente mexicano’ es un ego que no me dice nada, yo quiero ser un responsablemente mexicano y por ello entregarme a mi país”, concluye.


Compartir: