Mentes Brillantes
Niños sobresalientes
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Niños sobresalientes
Etiquetados con mil apodos, confundidos a veces con niños hiperactivos y representados por estereotipos muy lejanos a la realidad, los niños sobresalientes siguen siendo vistos como criaturas extrañas, cuando en realidad sólo tienen una capacidad valiosa que bien pueden aprovechar. ¿Quiénes y cómo son?
Genio, superdotado, sobresaliente, ¿Cuál es la diferencia? Las definiciones clásicas equiparan la genialidad con una mirada única: la amplitud del espíritu, la fuerza de la imaginación y la actividad del alma. Ya enLa Enciclopedia Diderot-D´Alambert se consideraba que el genio se oponía al buen gusto y al simple talento, que no eran más que “obras humanas, producto del aprendizaje y el trabajo”:
En las artes, en las ciencias y en los negocios, el genio parece cambiar la naturaleza de las cosas, su carácter se extiende sobre todo lo que toca y sus luces, proyectándose más allá del pasado y el presente, iluminan el futuro: se adelanta a su siglo, que no puede seguirlo.
Seres fuera de lo común, fuera del momento, fuera de su época. “¿Qué son los genios?”, se pregunta Janet Sáenz, presidente de la Asociación Mexicana para el Apoyo a Sobresalientes, A. C. (AMEXPAS), organización dedicada a desarrollar el talento potencial de estos niños y fomentar la implantación de estrategias innovadoras.
Para ella, la palabra genio suele referirse a personas de 60 o 70 años que han dedicado su vida a un producto, a un descubrimiento, y que han obtenido una distinción importante. De igual manera evita usar el término superdotado: “No estamos hablando de superhéroes sino de niños y adolescentes que tienen un rendimiento extraordinario, por encima de la media, y que conforman entre 15 y 20% de la población infantil. Son atípicos comparados con el resto de sus compañeros de grado escolar y, por lo general, su edad mental se encuentra por encima de la cronológica”.
¿La genialidad es innata o se trabaja? Jeannette Hamui Shabot, licenciada en Educación Intercultural y maestra en Educación de Sobresalientes por la Universidad de las Américas, asegura que, independientemente de la herencia biológica, cuando un niño sobresale es porque se le presentan retos: “Si un niño no está estimulado, no va a desarrollar su potencial de manera óptima. Es una combinación de herencia e interacción social”.
Los niños sobresalientes no sacan puro dieces y tampoco son privativos de una clase socioeconómica alta. También directora académica del Colegio Atid, Hamui Shabot habla de los mitos más comunes que rodean a los niños genio o superdotados: “Se cree que un niño sobresaliente va a destacar en la vida sin necesidad de ayuda, pero en Estados Unidos se invierten millones de dólares para estimularlos”. Aunque suelen destacar en una o varias áreas, Shabot desmiente la idea de que sean los consentidos de los profesores, debido a que en muchos casos estos últimos se sienten incómodos o intimidados por ellos.
“Los niños sobresalientes necesitan mucha atención. Se cree que estos pequeños se vuelven elitistas pero normalmente racionalizan sus decisiones”, señala Hamui, quien parafrasea al psicólogo Joseph Renzulli a propósito de los tres factores que caracterizan a un niño sobresaliente: “Aprovechamiento arriba del promedio en habilidades académicas, creatividad y perseverancia, es decir, niños que se comprometen”.
La mirada de los padres
Maestra en Educación Básica y doctora con especialidades en Administración, Planeación Educativa y Educación del Niño Sobresaliente por la Universidad de Alabama, Janet Sáenz señala que los padres suelen ver algo más que los educadores, aunque no necesariamente se trate de calificaciones asombrosas: “En el caso del golfista Tiger Woods, fue el padre y no un maestro quien lo observó desde los tres años, notó el talento y más adelante le buscó los mejores entrenadores”.
Sáenz habla también del caso de niños que solían tener buenas calificaciones y que de pronto sufren un bajón tremendo en ellas; los que destacan en una sola área y tienen logros normales en el resto, y los que demuestran un talento inusual en actividades extraescolares: “Albert Einstein aprendió a leer a los siete años”, comenta.
Algunos maestros no entiende a los niños sobresalientes y los tildan de hiperactivos o sugieren que puedan padecer déficit de atención, e incluso llegan a recomendar la ingestión de medicamentos. Tan sólo en Estados Unidos, entre 1996 y 2000 el número de menores de entre 5 y 9 años que tomaba fármacos antipsicóticos se multiplicó por 4.5, según reveló en 2002 el Journal of Child and Adolescent Psycopharmacology.
Sáenz considera que en ocasiones se trata de un diagnóstico equivocado y subraya la importancia de que los profesores reciban capacitación. Por eso, AMEXPAS promueve la comunicación y la colaboración entre padres de familia, maestros y otras organizaciones nacionales e internacionales.
De la mano
Una manera de descubrir y desarrollar los talentos de los hijos consiste en brindarles el mayor número de oportunidades, más allá del lápiz y el papel, es decir, no sólo en las áreas de lenguaje y matemáticas. Jeannette Hamui recomienda disponer de buenos libros en casa, ofrecerles una dieta que contenga proteínas y calcio y que sea baja en azúcares, y tratarlos de manera inteligente, no como bebés, a fin de que desarrollen una mayor capacidad de crítica y análisis.
Nicolás Alvarado, escritor, crítico y conductor de radio y televisión, recuerda que vivió una infancia atípica: “En casa había muchos libros. Mi abuela, mi mamá y mi papá eran lectores ávidos de bibliografía de divulgación científica, literatura y ciencia política, al tiempo que se compraban muchas revistas variopintas: desde historietas de Walt Disney hasta material editado por el Partido Comunista Chino”.
Estudiante del Liceo Franco Mexicano, Nicolás confiesa que no fue ‘ni de lejos’ un alumno modelo: “Me iba muy bien en francés y español, pero no así en matemáticas, física y química. No obstante, como era relativamente estudioso, siempre me ubicaba entre el tercero y el quinto lugar”. Si bien su desempeño académico marcó su vocación profesional, Alvarado asegura que como hijo único y “adulto chiquito” buscaba estímulos alternos pues no tenía con quién jugar: el primer libro lo leyó a los tres años y a los diez ya había leído clásicos de Alejandro Dumas como Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo y el collar de la Reina. En el verano, su madre, Tere Vale, “que ya no sabía que hacer” con él, lo llevaba a su trabajo en canal 13, donde conoció a Juan José Arreola y Carlos Monsiváis. A los catorce años empezó a trabajar en radio ABC y a los dieciséis fue invitado a publicar críticas de televisión en la revista Tele-Guía, lo que le abrió paso en otras publicaciones.
Janet Sáenz advierte sobre los casos de niños con potencial que no han tenido la oportunidad de desarrollarlo, especialmente por la cantidad de tiempo que dedican a ver televisión: James Webb, especialista estadounidense, recomienda que debe haber sólo un aparato de televisión por familia, así como una exposición máxima de dos horas semanales a dicho medio, de preferencia en compañía de los padres. En promedio, los niños mexicanos pasan seis horas diarias frente al televisor.
“La inactividad física, la vida sedentaria, el exceso de televisión, Internet y videojuegos, actúan como frenos y reducen la creatividad. La televisión debe estar en la sala o en el estudio, mientras que la hora de comida debe acompañarse con música clásica como fondo”, sugiere Sáenz.
Un niño de primaria en la universidad
Horacio es un niño de 12 años que por la mañana cursa el sexto año de primaria y tres tardes a la semana asiste a la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, al Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra, donde toma las materias de geología histórica, sedimentología y estratigrafía.
Cuando tenía seis años recibió como regalo un libro sobre dinosaurios. A partir de entonces se empezó a interesar en el tema y desarrolló conocimientos bastante avanzados, por lo que la Secretaría de Educación Pública decidió apoyarlo y canalizarlo a una universidad como parte de un programa en el que ciertos alumnos reciben un entrenamiento más académico de forma extracurricular. Ya hace un año y dos meses que se incorporó a la universidad, donde ha obtenido calificaciones de 94 y 100, a pesar de que casi no estudia ni toma apuntes.
Alberto Blanco, paleontólogo investigador de tiempo completo, fue designado su tutor en una serie de talleres, los cuales revelaron un buen aprovechamiento por parte del niño, por lo que sugirió incluirlo en dos cursos universitarios: “Se ha dicho que es un niño genio, que es el estudiante universitario más pequeño y en realidad sólo ha cursado dos materias. Aunque tiene la madurez intelectual de un muchacho más grande, su madurez emocional es diferente. No obstante, los programas con los que ha trabajado no han representado ningún inconveniente para él”, señala.
Los talleres consisten básicamente en discutir temas de interés relacionados con la geología, ahora que la actividad académica ha terminado, empezará a desarrollar tareas complementarias como estar en contacto con fósiles, hacer dibujos y elevar el nivel de las lecturas.
Una capacidad en movimiento
Aunque por mucho tiempo se creyó lo contrario, la inteligencia no es algo estático. Ya al principio de los años setenta se empezó a estudiar la habilidad de los humanos para cambiar su propia capacidad. Se estableció que al nacer, el cerebro humano contiene unas 100 a 200 mil millones de células cerebrales y que cada célula neural está en su lugar, lista para ser desarrollada y usada para alcanzar los más altos niveles del potencial humano. Con un pequeñísimo números de excepciones, todos los niños llegan equipados con esta compleja herencia. Tal estructura nos permitirá procesar miles de millones de bits de información a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, se estima que en realidad usamos menos de 5% de esta capacidad para conectar las estructuras neurales.
Los altos niveles de inteligencia resultan de la interacción entre las potencialidades heredadas y las experiencias adquiridas del entorno. Esta interacción incluye todas las características físicas, mentales y emocionales de la persona y todas las personas, eventos, y objetos que entran en su conciencia. Una restricción en cualquiera de nuestras capacidades innatas o de nuestro ambiente inhibiría la habilidad intelectual alcanzada.
Horacio recuerda que fue su madre quien se dio cuenta de que él quería aumentar sus estudios. Es hijo único y vive con ella, quien se dedica a cuidar de los animales en el campo. Por lo que toca a la primaria, la relación con sus compañeros es mínima: “Siempre estoy solo. Es muy rara la vez que juego con ellos. No practico ningún deporte. Casi no veo la tele. No tengo SKY ni Cable y tampoco voy al cine porque no tengo dinero”, dice.
Su mamá, María Isabel Lozano, relata que Horacio suele leer un rato cada día, aunque lo que más le divierte es revolcarse en la cama y jugar en las maquinitas traga monedas: “Lleva un vida normal y yo estoy satisfecha con todo lo que nos ha pasado”.
A María Isabel le toma poco más de media hora desplazarse de la comunidad de Demacú, en el municipio de San Salvador, a Actopan, donde se encuentra la escuela primaria, y de ahí le lleva una hora más enfilar a Pachuca, donde se encuentra la universidad.
Para Janet Sáenz, la falta de recursos económicos no debe convertirse en una limitante: “Es necesario ser muy creativo, preguntar a los padres si donde viven hay una casa de cultura cercana y qué cursos ofrecen. Yo guío a los papás y a los niños, según lo que ellos me dicen, y les recomiendo actividades”.
Horacio es uno de los varios niños en los que se ha detectado un rendimiento muy vasto en disciplinas que no se imparten en la educación primaria o secundaria. En abril de este año, el Senado de la República presentó una iniciativa que propone que los niños sobresalientes tengan programas educacionales diferenciales de los programas regulares sin que esto vaya en detrimento de la integración del niño con su medio.
Vencer el aislamiento
No todos los niños maduran de la misma manera en todas las áreas. A veces el desarrollo intelectual no se presenta a la par que el psicomotriz o el emocional. Janet Sáenz refiere los casos de niños que sufren de maltrato por parte de sus compañeros de escuela: “A veces estos niños se empeñan en bajar sus calificaciones para reducir la presión; a veces los compañeros los esperan afuera de los colegios y los golpean. Algunos logran sobrevivir a esta tensión, a otros les toma más tiempo y sufren”.
Andrés, un hombre de 35 años, a quien a la edad de nueve se le practicaron pruebas psicométricas que revelaron que tenía el coeficiente intelectual de un niño de 15 y el emocional de uno de siete, recuerda: “Fui un niño asmático que no podía hacer ejercicio con los demás. Mi padre, debido a su propia historia familiar, no supo ejercer su rol: vivía meditando y relajándose, no era de los que llevaba a sus hijos al parque y eso me orilló a concentrarme en otras cosas”, cuenta.
A lo largo de su niñez y adolescencia no fue un alumno ejemplar; sus calificaciones más altas correspondían a ciencias sociales y lectura en voz alta: “Tal vez destacaba porque era de los pocos hombres que sacaba notas aceptables pero, por otra parte, me dormía en las clases que me aburrían”. Igualmente se considera una “anomalía genética” en cuanto a su dedicación a la música y la lectura, que fue desarrollando por sí solo, ya que los niveles culturales de sus padres eran relativamente “básicos”. Pero su vida social no iba nada bien; sus compañeros de escuela se burlaban de él porque era muy gordo y no jugaba futbol con ellos. Fue hasta los 19 años cuando comenzó a socializar: “Hubo amigos con los que tuve afinidad intelectual y sostuve buenas conversaciones; no obstante, por muchos años guardé un enorme sentimiento de inferioridad. Me preguntaba por qué los demás salían a antros y ligaban. Yo también quería divertirme y conocer mujeres, y pensaba que si no lo hacía era por ser inferior a ellos. Eso fomentaba que fuera más intelectual”.
Hoy día, después de año y medio de terapia, Andrés asegura que ha perdido el miedo a abrirse. Si antes su premisa era: “Esto es lo que tengo: lo tomas o lo dejas”, ahora ha cambiado a: “Esto es lo que tengo: vamos a tratar de convivir”.
Detectando la inteligencia
Las pruebas tradicionales de inteligencia suelen detectar habilidades verbales y matemáticas; no obstante, dejan fuera las áreas de ciencias naturales, deportes y música. Existen otras pruebas, como la de Torrance, que valora la creatividad. Janet Sáenz habla de las ocho inteligencias propuestas por Howard Gardner, neuropsicólogo de la Universidad de Harvard: verbal lingüística, lógico matemática, musical, espacial visual, interpersonal, intrapersonal, quinestésico corporal, y naturalista. Es posible que un niño demuestre inteligencia en una o más áreas.
Para detectarlo, la doctora Sáenz realiza consultas con los padres y los niños en cuestión. Primero observa al pequeño y le aplica un cuestionario relacionado con las ocho inteligencias; después se entrevista con los padres, quienes también responden preguntas por escrito.
Afinar la lente
Como los signos que caracterizan a un niño sobresaliente no siempre son evidentes Jeannette Hamui recomienda atender otro tipo de señales:
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