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Videojuegos: La Programación de una Nueva y Terrible Realidad (Parte 1)

  • En un proceso tan sutil, como si fuera una anécdota o como algo cotidiano, sigilosamente nos están robando la capacidad de imaginar, concebir y visualizar realidades alternativas.

    Así pues, mediante herramientas cotidianas de mero entretenimiento, nos están arrebatando una de las capacidades más extraordinarias de las que disponemos y a este paso, en pocas generaciones, la capacidad para visualizar mundos propios y alternativos habrá quedado reducida a la nada. La naturaleza humana habrá cambiado radicalmente sin que nos hayamos percatado de ello y esa transformación conducirá a nuevas estructuras y relaciones sociales; un nuevo escenario humano que, por lo que podemos intuir, tendrá muy poco de positivo.

    De hecho, parece como si toda la industria del entretenimiento estuviera centrada en alcanzar este oscuro objetivo. El ejemplo más representativo y más significativo de este proceso sutil pero tan crucial, lo encontramos en los videojuegos, la industria del entretenimiento más poderosa en estos momentos.

    La mayoría de gente creerá que éste es un tema menor, especialmente, la gente más mayor, que probablemente considera a los videojuegos como una distracción vaga y casi incomprensible. Pero el mundo de los videojuegos es la punta de lanza del cambio que se avecina; en su interior contiene el germen del nuevo mundo, la semilla de la que brotará la enredadera que estrangulará nuestra conciencia individual para siempre, si no hacemos nada para remediarlo.

    Los videojuegos actuales no son más que el primer paso hacia la realidad virtual y hacia la inmersión mental completa en realidades artificiales pre-creadas. Actualmente solo nos permiten intuir vagamente la magnitud y el alcance del entretenimiento del futuro, de la misma forma que las sombras chinescas podrían haber servido para intuir lo que acabaría siendo el cine.

    El gran problema de los videojuegos es que la mayoría de nosotros solo nos fijamos en sus efectos más aparentes y superficiales, como son la promoción de la violencia o la adicción que provocan. Pero hay elementos profundos mucho más determinantes que pasan desapercibidos a primera vista. Nadie se percata de la carga subliminal que conllevan y que está relacionada con los mecanismos profundos que configuran el Sistema.

    Y es que los videojuegos no sólo refuerzan las estructuras actuales del Sistema, sino que acabarán configurando las estructuras de la sociedad futura, porque atacan directamente a los mecanismos más básicos de nuestra mente. Obviamente, no estamos diciendo que los creadores de videojuegos sean personas malvadas cargadas de malas intenciones, ni que su única obsesión sea promocionar la violencia y destruir la conciencia de los individuos.

    Ciertamente, los videojuegos son creaciones extraordinarias, repletas de talento, creatividad e inventiva. Algunos de ellos son auténticas obras de arte que, como mínimo, merecerían el mismo nivel de admiración y reconocimiento que el mejor cine. Además, numerosos estudios demuestran que jugar videojuegos ayuda a activar los reflejos y la coordinación, desarrolla el aprendizaje visual y ayuda a tomar decisiones con rapidez. Aunque quizás todo eso también pueda conseguirse practicando deporte.

    Nadie podrá discutir eso, ni nadie podrá discutir tampoco que existen muchos videojuegos positivos, educativos y creativos que pueden ayudar al desarrollo mental. Pero tampoco nos engañemos: la inmensa mayoría de videojuegos y especialmente los más exitosos y adictivos, implican competitividad, violencia, destrucción y muerte.

    La mayoría de videojuegos que triunfan sientan las bases para una paulatina deshumanización, un entorno social en el que el dolor o la muerte ajena se convierten en un espectáculo visual vacío de toda implicación emocional. Además, los videojuegos en general, implícitamente, fomentan el egoísmo más profundo, pues todos ellos contienen, de forma sutil y sibilina, el mismo mensaje: “sólo puedes ganar tú y nadie más puede ni debe hacerlo”.

    Eso crea una percepción de competitividad horizontal, en la que el enemigo siempre está a nuestro alrededor; es alguien de nuestro mismo rango y debe ser eliminado sin compasión para que nosotros podamos alcanzar el triunfo.

    La violencia en los videojuegos

    Como lo mencionamos anteriormente, la violencia y la destrucción en los videojuegos es generalizada. Un alto porcentaje de videojuegos están centrados en la competitividad ciega y egoísta, en la destrucción, la muerte y los bajos instintos. Si los analizamos con atención, veremos que en el fondo la mayoría de videojuegos se limitan a lo mismo: crear un entorno virtual en el que la violencia y la destrucción tienen un sentido lógico a nivel argumental, diferente al que encontramos en nuestra vida cotidiana.

    Por ejemplo, si salimos a la calle, la narrativa de nuestra realidad cotidiana no incluye la posibilidad lógica de la violencia y la destrucción explícitas: la gente pasea, va al trabajo, los coches circulan y todo se desarrolla enmedio de un relativo orden y tranquilidad. La violencia o la destrucción son elementos que aparecen excepcionalmente a gran escala y que nos impactan debido a su desencaje con la narrativa de lo cotidiano. Sin embargo, si salimos a la misma calle inmersos en una situación de guerra, enmedio de una epidemia zombi o bajo una invasión alienígena, ese mismo entorno cotidiano estará inmerso en una nueva lógica narrativa en la que la violencia será inherente y tendrá un sentido lógico.

    Así pues, los videojuegos, básicamente se limitan a crear entornos ficticios en los que esa lógica de la competitividad extrema, la violencia o la muerte tienen un sentido argumental, lo que demuestra que en el fondo no son más que vehículos concebidos para permitir precisamente la expresión de esa violencia. De hecho, la mayoría de los videojuegos, lo que principalmente nos permiten es matar, eliminar y destruir sin que nada ni nadie nos castigue por ello.

    A muchos quizás les parezca un disparate, pero parece que nadie se percata de que incluso los videojuegos aparentemente más inocentes están centrados en matar, eliminar o destruir. Los primitivos videojuegos de marcianitos consistían básicamente en matar y en la actualidad, jueguecitos como los Angry Birds, a pesar de su aspecto infantiloide, siguen conteniendo en su interior una evidente carga de violencia y muerte. Incluso los juegos tipo Candy Crush, tan popularmente extendidos y que parecen tan cándidos, consisten en alinear elementos para eliminarlos físicamente en nuestro beneficio.

El trasfondo de los videojuegos

Si lo analizamos, veremos que hay pautas repetitivas en la mayoría de los videojuegos:

  • El concepto de eliminación y destrucción de elementos molestos o contrarios a nuestros intereses, expresados de mil y una maneras diferentes.
  • La competitividad y el egoísmo, basados en el triunfo único del jugador por encima de todo lo demás, sin dejar lugar a la cooperación desinteresada.
  • El triunfo obtenido a través de la acumulación (ya sea de dinero, puntos o muertos).
  • El finalismo, es decir, la consecución de metas, objetivos o misiones concretas y perfectamente pre-definidas, que determinan la diferencia entre éxito o fracaso y que siempre son establecidas por el creador del juego y nunca por el propio jugador.

Todos estos mecanismos estructurales están en un segundo plano y nos pasan desapercibidos porque acabamos centrando nuestra atención en el aspecto superficial del juego y en su expresión formal.

Pero más allá de la apariencia que pueda tener el juego, este mensaje subliminal constante, repetido una y otra vez hasta la saciedad, acaba configurando nuestra visión de la realidad, de la sociedad y de las soluciones que debemos aplicar para afrontar situaciones o resolver todo tipo de conflictos. Un ejemplo claro de ello, es que si le pedimos a cualquier persona que imagine un juego divertido que no consista en acumular puntos, realizar una misión concreta finalista, competir, eliminar o destruir nada, le será muy difícil crearlo o imaginarlo, hasta el punto de que nos dirá que “es imposible crear un juego que no implique estos parámetros y que a la vez sea realmente divertido”

Y posiblemente tendrá razón, ya que nuestra mente ha sido programada a nivel profundo con estos mecanismos, inherentes en casi todos los aspectos de nuestra cultura, incluidos los videojuegos, hasta el punto de que difícilmente nos divertiremos con juegos que no incluyan estas características. El Sistema al completo está basado en este tipo de mecanismos y pautas como el finalismo, el triunfo por acumulación, la competitividad y el egoísmo, la eliminación e innumerables actitudes destructivas para alcanzar el triunfo.

El problema es que estamos tan inmersos en el Sistema, que la mayoría de la gente, cree que las cosas no pueden ser de otra manera. Pero la verdad es que nuestras estructuras mentales y el Sistema por completo, podrían ser muy distintos si fuéramos capaces de crear las condiciones necesarias.